Nueva York, la ciudad que nunca duerme, bulle con una amalgama de culturas, estilos y emociones que la convierten en un crisol de inspiración para artistas de todo tipo. Entre sus rascacielos imponentes y sus calles bulliciosas, se esconde un paisaje olfativo que desafía las narices más refinadas. Nueva York tiene su propio aroma distintivo, que posiblemente no sea del agrado de todos. Cada calle, cada rincón, está impregnado de una energía única que cautiva a quienes la visitan, o viven en ella. El denso tráfico que fluye sin descanso por las calles y avenidas, emite un olor a asfalto caliente y humo de escape, que se cuela por cada esquina, el aroma inconfundible de la comida callejera que impregna el aire, con sus olores tentadores pero a la vez abrumadores, las alcantarillas... esta ciudad es una amalgama de olores discordantes que forman parte de su auténtico carácter. Es el precio que se paga por vivir en una ciudad tan densamente poblada, y una energía vibrante que no tiene fi
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